Mi papá, el comediante

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Cuando era niño vi a una señora orinarse en los pantalones mientras corría al baño, gritando histéricamente en medio de espasmos incontrolables. Yo era todavía un niño, pero no tuve problemas entendiendo lo que había pasado. Mi papá había contado un chiste.

 

Este miércoles voy a participar en la final de Madison Funniest Comic, y cuando bajen las luces y empiecen los aplausos voy a estar pensando en mi viejo. Toda lección de humor se la debo a mi viejo. Y ese día, el 9 de marzo, es su cumpleaños. El resultado de la competencia no tiene ninguna relevancia, porque mi victoria es poder subir a un escenario ese día, y recordar desde las luces, desde la distancia, desde atrás del micrófono, mi vida con mi viejo, que ha sido una hermosa y larga carcajada.

Siempre me acuerdo de ver a mi papá desde el suelo. Estoy sentado en la sala de algún amigo de mis viejos, con un grupo de adultos sentado en las sillas. Mi papá, sin embargo, está de pie, gigante desde mi ángulo, haciendo a todo el mundo reír. Yo tengo 6 años y no entiendo nada de sus chistes de adultos. Mi mamá le advierte “¡Turco, los guaguas!” y él dice, “ay, perdón,” pero su siguiente chiste es igual o peor de colorado. Yo no entiendo, pero me río con todos, porque la risa es contagiosa, colectiva y no responde a la razón, pero más que nada porque estoy feliz de ser parte de ese momento en el que todos compartimos los espasmos.

Mi papá me enseñó que contar un chiste es un acto comunitario. Hacer reír a la gente es casi como hacer obra social. La risa es un acto de hermandad. Todos somos uno cuando reímos, y hacer reír a la gente se siente bien porque durante unos segundos todos somos víctimas del mismo ataque salvaje e incontrolable que nos viene de adentro, sin saber porqué. La risa es un relámpago ilógico y absurdo, pero es un espasmo incomprensible que compartimos en nuestra experiencia humana.

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Esto y más comparto con mi viejo. Cuando pienso en la imagen que tengo de mi papá aún pienso desde mi ángulo de niño de seis años, sentado en esa sala. Estoy mirándolo hacia arriba. Él se mueve, mira, y actúa, y nos reímos juntos. Mi papá, ese amable gigante, me hace cagar de la risa. Nos hace cagar de la risa a todos. Y a pesar de estar en la final de una competencia, su imagen me mantiene humilde porque me recuerda que no hay rivalidad en ese súbito instante en el que todos reímos. Me hace acuerdo de mi humanidad, de la humanidad de mi audiencia, y por ende del vínculo indestructible que comparto con él.

Este miércoles no tengo nada que ganar. No hay competencia. El recuerdo de mi viejo y la risa de ese cuarto son la recompensa. ¡Gracias por enseñarme a ser humano, Marcelo! Ese es mi primer lugar.

 

10 thoughts on “Mi papá, el comediante

    1. Que lindo Tibi realmente que suerte de tenerlos a ti y a mi. Ñaño el chiste fino del abuelo sigue vigente en ustedes que genes a lo bestia

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  1. Que lindo homenaje a tu papi Tivi! Realmente somos suertudos de ser parte de la familia Touma. Desde los valientes migrantes, pasando por El Niño doctor, y disfrutando las carcajadas del tío Turco. ❤️❤️❤️

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  2. Qué belleza Tiby que maravilla como tienes esa relación especial con tu papá, que es por demás un señor y con un ánimo espectacular, recuerdo a tu abuelo de la misma manera, hoy tú sigues con ese maravilloso ejemplo. Suerte y todas las buenas energías para ti. Quién sabe si uno de mis nietos hereda!!!! Qué dices consuegra???? (Nena)

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  3. Qué hermoso! Gran legado de humildad, sencillez, compañerismo, solidaridad…. Y muchas cosas buenas del Turquito!!! Que Dios le bendiga 🙏🏻

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